[Reseña] «La Cordillera»: Peones disfrazados de reyes

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Hay que reconocerlo, el cine argentino es probablemente el líder dentro de la industria cinematográfica latinoamericana, destacando constantemente con historias prometedoras y grandes interpretaciones, por lo que resulta fácil estar expectante de los nuevos estrenos argentinos que logran hacerse paso dentro de nuestra cartelera local. Caso en punto, «La Cordillera», la nueva película de Santiago Mitre («El Estudiante»), que es un thriller político protagonizado por nadie menos que el mismísimo Ricardo Darín («El Secreto de sus Ojos»). Con tantos factores a su favor, ¿logra cumplir las expectativas?

Sinopsis: En una Cumbre de presidentes latinoamericanos en Chile, en donde se definen las estrategias y alianzas geopolíticas de la región, Hernán Blanco (Ricardo Darín), el presidente argentino, vive un drama político y familiar que le hará enfrentarse a sus propios demonios. Deberá tomar dos decisiones que podrían cambiar el curso de su vida en el orden público y privado: por un lado, una complicada situación emocional con su hija (Dolores Fonzi), y por otro, la decisión política más importante de su carrera. 

Sin problema alguno, me es fácil decir que hay mucho que admirar en «La Cordillera», desde el gran talento de su reparto, hasta el increíble y absorbente uso de cinematografía, pero sin embargo, cabe decir que la película también se cae al momento de desarrollar su narrativa, y esto es porque la cinta resulta ser sumamente ambiciosa dentro de la metáfora de su historia y el contexto político actual dentro del cual esta es creada y estrenada.

Partiendo por lo bueno, como mencioné anteriormente, el reparto -como era de esperarse- hace un trabajo extraordinario. Ricardo Darín («Un Cuento Chino»; «Relatos Salvajes») sigue luciéndose como siempre, interpretando al protagónico presidente argentino Hernán Blanco, quien es el foco de nuestra historia, al ser la figura que busca reflejar la humanidad detrás de los políticos, tanto con sus virtudes como sus defectos. Es difícil no comprarle a Darín sus roles, sean cuales sean, y en este caso, el actor definitivamente logra sin problema hacernos interesarnos por los conflictos y enigmas de este aproblemado personaje.

Asimismo, una notable Dolores Fonzi («El Aura»; «Truman») trae a la mesa buena parte de la intriga familiar de la película en el personaje de Marina Blanco, la hija del presidente, una mujer con claros problemas que eventualmente traerán problemas al protagonista en formas que tanto él como la audiencia no habrían esperado. Por su parte, también hay que aplaudir a Érica Rivas («Relatos Salvajes»; «Tetro») como la seria asesora del presidente, Luisa Cordero, y a la chilena Paulina García («Gloria»; «Las Analfabetas»), quien en su acotado rol como la presidenta de Chile, Paula Scherson, trae consigo una personalidad casi satírica que refleja buena parte del carácter de Michelle Bachelet, desde sus sonrisas complacientes, a su actitud más relajada y con una que otra broma dentro de las citas de gobierno.

Por otra parte, deslumbra la dirección de fotografía de Javier Juliá (premiado por su trabajo en «Relatos Salvajes» y «El Último Elvis»), quien le saca provecho al cautivante y a veces sombrío épico ambiente de la Cordillera de los Andes, logrando un buen sentido de inmersión y tensión ambiental que juega muy bien con la trama de la historia.

Es hasta aquí que la cinta deslumbra, ya que cuando llega el momento de abordar su historia, es donde uno se ve obligado a tener que destacar tanto lo que funciona, como lo que falla y lo que ambicionó de más; factores que si bien se encuentran en una medida balanceada, no quitan el que los errores jueguen bastante en contra de lo que la película había logrado muy bien, al igual que del film en sí.

«La Cordillera» es una película que busca retratar la historia de un hombre común metido en un juego donde lideran los poderosos; es ahí donde juega un rol importante la noción de retratar a los políticos de manera humana, para así demostrar los conflictos tanto políticos como humanos con los que estas personas tienen que lidiar, al punto en que se ven forzados a tomar decisiones difíciles y repletas de repercusiones para muchos, las cuales inclusive llegan a transformarlos a ellos mismos completamente.

El personaje de Blanco resulta perfecto para esta historia, siendo que es un presidente que no tan solo es un hombre común, sino que es un mandatario cuya carrera política no ha hecho la menor diferencia, y por consecuente, resulta ser un gobernante que no ha logrado establecer su marca, y que en esta cumbre política logra ver la oportunidad para poder lograrla. El conflicto está en el tipo de marca que va a terminar haciendo, las consecuencias de ello, y los medios por los cuales va a dejarla.

Ahí todo bien, el problema sin embargo, radica en que esto es tan solo una parte principal de la historia, y la otra parte, da un paso al lado de lo que es el thriller político, y se mete inesperadamente  en el terreno del drama-thriller familiar del protagonista, incluyendo una ambiciosa subtrama que incluye hipnotismo, confusiones de memorias inventadas y pasados difusos, y posibles asesinatos políticos.

Si bien todo esto puede resultar interesante, el problema es que para cuando la película termina, si bien toda la trama del enigma político se resuelve, es la subtrama familiar la que queda colgando con absolutamente todos sus puntos como cabos sueltos. Y esto perjudica, siendo que la cinta termina sintiéndose incompleta, tal como pone a cuestionar el uso de renombrados actores como Alfredo Castro («Tony Manero»; «El Club»), cuyo rol se ve completamente carente de propósito una vez que vemos la resolución del film.

Para resumir, «La Cordillera» no es una mala película, pero sí es una que resulta ser decepcionante dado que no se digna a resolver bien sus ambiciones narrativas, al punto de dar un producto final que se siente incompleto. Si bien está llena de impecables actuaciones y una absorbente cinematografía, resulta una pena que un thriller político tan prometedor terminara volviéndose uno apto con mucho que decir, pero que se queda a medio discurso por dar prioridades a problemas que no llegan a tener solución.

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