[Reseña] «Tarde Para Morir Joven»: Un buen retrato sin mucha historia

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Hay veces en las que resulta sorprendente ver los avances que el cine chileno ha tenido con los años, y la trayectoria que ha marcado a nivel internacional; después de todo, ya van dos premios Oscar de la mano de nuestra industria cinematográfica.

Es por lo mismo que cuando se ve la llegada de nuevas películas chilenas a la pantalla grande -especialmente aquellas que ya han transitado por festivales de cine de renombre- las expectativas están mucho más elevadas de lo que estaban hace unos años. «Tarde Para Morir Joven» es una de esas nuevas apuestas que, en vista de los galardones que se ha llevado, parecería traer más de alguna sorpresa bajo la manga, pero desafortunadamente, no alcanzan a ser suficientes.

Sinopsis: Ambientada en Santiago durante un verano a fines de los años 80. Un pequeño grupo de familias vive en una comunidad aislada a los pies de la cordillera, donde los adolescentes Sofía, Clara y Lucas luchan con sus primeros amores y miedos, mientras se prepara una gran fiesta para la víspera de Año Nuevo. Así, este grupo de personas elige aislarse de los peligros de la ciudad, pero en cambio se enfrentan a los de la naturaleza.

Primero que todo, esta película ya tenía varios méritos detrás, dado que su directora, Dominga Sotomayor («De Jueves a Domingo»), marcó historia en el último Festival de Cine de Locarno, al ser la primera mujer en haber ganado el premio a Mejor Dirección en los 71 años de la ceremonia, y asimismo, la segunda chilena en recibir el galardón, 49 años después de que Raúl Ruiz lo obtuviera en 1969 por «Tres Tristes Tigres».

Y efectivamente, la dirección es sin dudas el mejor aspecto que tiene la cinta. Sotomayor hace un retrato sumamente natural y fluído de la convivencia en familia de estos diversos grupos de personas que se comparten durante el verano de 1989-1990 en una comunidad aislada. Hay mucha humanidad y honestidad en las pequeñas viñetas que Sotomayor muestra, que en más de una ocasión suscitan un sentido de nostalgia y familiaridad que más de alguno debió haber vivido en ese entonces o ha vivido de alguna manera en el presente. Es esta esencia la que mantiene la película a flote y la hace resaltar con tremendo mérito.

Asimismo, parte de esta labor también se ve posible gracias al reparto, quienes también hacen un muy buen trabajo en sus respectivos roles. El debut de Demian Hernández como la protagónica Sofía, es sin dudas la actuación más fuerte de esta cinta «coming-of-age», logrando generar una conexión bastante particular con la audiencia. No hay nada exagerado ni tampoco mal interpretado, sino que hay una actitud sobria que se va moldeando naturalmente conforme se dan los vaivenes de la vida, con sus pequeños destellos de felicidad, otros de confusión, algunos de ira, y varios de angustia y pena, como suele pasar en el duro e indefinido paso entre la adolescencia y la adultez.

Por otro lado, también destaca mucho la cinematografía del premiado Inti Briones («Las Niñas Quispe»), ya que aporta mucho a la ambientación de la película, logrando un sentido sumamente vintage que ayuda a sentir una vibra de recuerdos ya vividos alguna vez hace un par de años.

Sin embargo, con todos los alabos técnicos, sin duda el mayor problema de la película cabe en su historia. El guión escrito por la misma directora cae en un letargo que se da gracias a que narrativamente, las viñetas que muestra, por bien logradas y lindas que sean de ver, no expresan una mayor evolución de los personajes ni los lleva por un arco donde parezcan haber sido desarrollados en aspecto alguno.

La cinta prácticamente consiste en el retrato de una época que dice «vean, así solían ser las cosas incluso desde fuera de la ciudad», pero no nos lleva realmente en un viaje, sino que nos sitúa en una galería de momentos donde a veces las exhibiciones toman más tiempo de lo necesario, con tomas alargadas donde pareciera que alguien olvidó decir «corte» cuando correspondía, al igual que pausas que tienen un claro simbolismo para el artista detrás de ellas pero no necesariamente para el público.

En resumen, «Tarde Para Morir Joven» es una película que cae en un punto medio respecto a lo que concierne al cine chileno. Sin dudas es un tremendo ejemplo de maestría directorial, ya que la directora claramente sabe cómo lograr llevar a la audiencia en un viaje en el tiempo de manera natural, pero sin embargo, falla en darle a ese retrato una historia que realmente atrape, especialmente cuando el escenario ya cautiva bastante.

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